domingo, 7 de abril de 2013

historias de terror de casos reales

historias de terror de casos reales

A finales de agosto de 1978, el súbdito belga André van der Wherte, de veintidós años de edad, se disponía a regresar al hotel donde estaba alojado en Playa de Aro (Gerona, España), localidad de la Costa Brava. Había pasado el día en Tossa de Mar, otro lugar de veraneo Cercano; había disfrutado del sol y del mar en una pequeña cala y de una suculenta paella de pescado en un restaurante del Paseo Marítimo, y en un momento dado creyó oportuno reunirse con sus padres que se habían quedado en Playa de Aro. Su automóvil estaba estacionado a la entrada del pueblo, cerca de la carretera que conduce a Palamós. Caminó unos minutos hasta llegar allí, y enfiló la mencionada carretera. A la salida del pueblo divisó a lo lejos a un mochilero. André no tenía por costumbre parar en aquellos casos, pero aquel día iba solo y tenía ganas de conversar con alguien, por lo que decidió detenerse. El mochilero subió al automóvil con una amplia sonrisa, y resultó ser una joven bastante agraciada que iba vestida con un atuendo un tanto extraño, como de principios de siglo. André no se sorprendió excesivamente: "Cosas de la moda", pensó; pero este detalle se le quedó grabado en la memoria. La joven hablaba algo de francés, y André, cuyo idioma materno era el flamenco, también. Comenzaron hablando del tiempo, del mar, del contrabando, de las curvas de la carretera, y la joven, que parecía conocerla muy bien, puso en guardia a André sobre su extrema peligrosidad. El coche iba a más de 80 km/h, y ella consideraba que era una velocidad demasiado alta. Acababa de explicarle que hacía muchos años había sido víctima de un accidente en una de las curvas más peligrosas de aquel mismo recorrido, cuando, de repente, se calló. André estaba concentrado en la carretera y tardó unos segundos en observar que la mochilera ya no se hallaba en el coche. Se detuvo y bajó. La estuvo buscando, pero no logró encontrar ni rastro de la misteriosa joven. No había oído que la puerta se abriera, y cuando paró el coche se dio cuenta de que estaba bien cerrada. Inquieto y nervioso, volvió a Tossa de Mar para dar parte a la Guardia Civil de lo que le había ocurrido, pero el sargento de guardia le dijo que no era necesario, que al menos una vez a la semana, sobre todo durante la temporada turística, aparecía la misteriosa mochilera para advertir a los conductores que no corrieran demasiado. Resultaba mucho más efectiva que el disco de limitación de velocidad. ¿Debemos aceptar el relato de André como un hecho real? Muchos parapsicólogos dirían que no: la historia no ha sido corroborada absolutamente por ningún otro testigo, y se apoya únicamente en la palabra de un solo individuo, con la única excepción de la experiencia del Guardia Civil formulada en términos más bien vagos. Muchos se niegan a aceptar como pruebas las declaraciones subjetivas y no corroboradas de personas emocionalmente involucradas en los acontecimientos que describen. Con la mejor voluntad del mundo, estos testigos sólo pueden contar la verdad tal como ellos la percibieron, y puede que esta verdad suya no corresponda a lo que realmente ocurrió. Pero sucede que la historia del mochilero fantasma constituye un clásico dentro de las historias de fantasmas, un viejo y repetido motivo que reaparece una y otra vez en muchas localidades distintas. "La gente -declaró el folcklorista y antropólogo Andrew Lang, que fue nombrado en 1912 presidente de la Society for Psychical Research de Londres- sitúa inconscientemente antiguas leyendas en lugares nuevos y transpone antiguos motivos o fábulas a nuevas personas." De este modo las antiguas historias adquieren vida de nuevo y pasan de un narrador a otro extendiéndose por todas partes. Estos "fantasmas populares" suelen ser tema de las tradicionales historias sobrenaturales regidas por estrictas convenciones narrativas. El narrador y su audiencia acuerdan tácitamente abandonar toda postura de incredulidad y aceptan la posible realidad de la historia, admitiendo el hecho de "que ocurriera a un amigo de un amigo" del narrador. Pero algunas de estas historias no soportan un examen un poco profundo. Cuando un investigador pide por ejemplo los nombres de los testigos, generalmente ocurre que, al igual que el fantasma de la historia, éstos posean el don especial de desaparecer sin dejar rastro. El investigador no puede comprobar ningún dato, y la historia queda reducida a un rumor que va corriendo. Pocas historias de fantasmas están tan extendidas como ésta del mochilero fantasma. La historia se cuenta en España, Gran Bretaña, Suecia, Sicilia, Corea, Canadá, Malaysia, Pakistán y Sudáfrica. Naturalmente, los detalles referentes a la edad, sexo y aspecto físico del mochilero varían, como también varían el número de testigos y el tipo de vehículo -un coche, un taxi, una motocicleta, un autobús, un carruaje de caballos y, en una versión malaya, un vehículo tirado por un coolie-. En la forma más frecuente el mochilero es una mujer joven que antes de desvanecerse misteriosamente porporciona al conductor una dirección a la que éste después acude, enterándose, con gran horror, de que la chica ha muerto hace días, meses o años. Sin embargo, en muchas ocasiones el episodio carece de toque dramático. Las creencias culturales pueden influir en la interpretación del mochilero fantasma. En Europa suele interpretarse como el espíritu de una persona muerta, generalmente víctima de un trágico accidente de tráfico; pero en otros lugares se considera que es un profeta, un demonio, una diosa, una bruja o un hada. Por ejemplo, en Hawai el mochilero fantasma se relaciona con pele, diosa tutelar del volcán Mauna Loa, representada como una vieja, que lleva un cesto. En Malaysia aparece el lang suyar, ser vampírico que se transforma en una atractiva mujer y aguarda al conductor en los tramos solitarios de carretera; cuando lleva un rato en el vehículo, la mochilero sale volando emitiendo unos chillidos que hielan la sangre. El motivo básico de un mochilero sobrenatural que desaparece se va adaptando a las creencias y necesidades culturales de las distintas sociedades; esto contribuye a explicar su popularidad.

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